Tuesday, June 13, 2006

LOS VECINOS NOS MANDAN

PARA LA GENTE

El neo-liberalismo no sólo quebró las ganas de vivir de muchos que creyeron en él, también penetró furtivamente la cultura solidaria de todo un pueblo y convirtió todo en moneda de cambio.
Queda un solo camino… resistir.

Desde hace muchos años se descargan desechos en la costa de Vicente López y, según dicen, es para ganar terreno al río. Pero ahora la novedad es que quieren corregir la línea de la ribera hacia el este (que por Ley es la línea imaginaria que se traza a determinada distancia de la cota más alta a la cual llega la máxima creciente del río). Ahora está claro: al haberse corrido el límite de las aguas, se pretende desplazar la línea y en consecuencia poder usar toda la zona urbana para emprendimientos inmobiliarios, que antes estaban impedidos de llevarse a cabo.
Repentinamente me acordé de Shakespeare. En su comedia “Las alegres comadres de Windsor” el autor hace morir a Falstaff “precisamente entre las doce y la una, al cambiar la marea”, como prueba de que persiste la creencia de que la mayoría de los fallecimientos acontece en marea baja. Contemplar los dramas de Shakespeare –ese profundo conocedor del alma humana-- simplemente como una exposición de mecanismos estéticos, sin vinculación con los problemas vivos de la sociedad de una época, es en mi opinión una explicación intelectualmente muy simplota. Pero la cuestión es que, no sé por qué me acordé de Falstaff y enderecé hacia la costa para ver con mis propios ojos cuántos muertos había dejado la última bajante. Aunque no, no descubrí ninguno, sólo algunos derrotados de conciencia. Porque no es de ignorar que detrás de cada éxito escamoteado arteramente, existe un derrotado mortecino. Y entonces ahí recordé a Hamlet, porque ese personaje, que estaba en contradicción entre su deseo intelectual de justicia y su necesidad de usar la espada, sostenía que se sentía mal consigo mismo por ser un justiciero pensante “porque aquello que llamamos conciencia hace de nosotros unos cobardes”. Era el mismo concepto del Raskólnikov, de Crimen y Castigo: “¿Quién aguantaría los ultrajes y desdenes del mundo, la injuria del opresor, la afrenta del soberbio, las congojas del amor desairado, las tardanzas de la justicia, las insolencias del poder y las vejaciones que el paciente mérito recibe del hombre indigno, cuando uno mismo podría procurar su reposo con un simple estilete?”.
En Julio César, otra de sus obras, Casca dice: “¡Cada esclavo tiene en su propia mano el poder para cancelar su esclavitud!”. Se parece mucho a la de Hamlet, pero tiene un sentido combativo, no suicida. El héroe que adopta resueltamente el punto de vista de la acción racional es Bruto, que representa además la tragedia de la virtud cívica; virtud que no significa nada para aquellos que carecen de ella e invocan las adversidades políticas de “la realidad”. El final es trágico para ambos héroes, para Hamlet y para Bruto, pero lo es por motivos a la vez comunes y distintos: ambos fracasan en su ingenua esperanza de que la razón ética desemboque automáticamente en hechos reales, pero mientras que Hamlet se embarulla en su introspección melancólica y anula toda capacidad de acción, Bruto se arroja resueltamente a la pelea contra los males reales.
Y por el otro lado, aun el propio César, pese a su megalomanía, manifiesta una grandeza heroica de líder imperial que ni el escepticismo imperante hoy en día, ni el oportunismo de los políticos podría negar. Dice él mismo: “¡Los cobardes mueren varias veces antes de expirar! ¡El valiente nunca saborea la muerte sino una vez!”
Las únicas muertes que deja cada bajante del río son la de peces contaminados. Las demás pertenecen al lado de acá de la línea de la ribera. Pero son por otras causas. Mientras tanto siguen apareciendo carteles que invitan a opinar: El río para la gente. Participemos.


Juan Disante



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