Un poco de historia....
DISPUTAS SOBRE LA RIBERA (Por Oscar Edelstein)
Durante décadas las costas de Vicente López fueron visitadas por miles de porteños, que encontraban aquí un espacio de descanso y recreación. Fue un turismo masivo, dominguero, de juegos y bailes, parrilladas y chapuzones refrescantes en el río. Era el weekend de las clases populares. Sus primeros pasos pueden hallarse en la década del veinte, pero su explosión se encuentra sin dudas a partir de la década del ’30, cuando la ciudad y los porteños ‘redescubrieron al río’. Los cuarenta y los cincuenta fueron su época de oro y aún en gran parte de los sesenta la ribera de Vicente López mantuvo su popularidad y su prestigio.
De principios de siglo a 1930. La belle epoque, las quintas y las mansiones.
Antes de la llegada de los balnearios, los recreos y las parrillas, la costa fue escenario de otro movimiento de veraneo, con otros protagonistas y otros escenarios.
En torno al Centenario (1910), en las quintas de la costa se construyeron grandes mansiones, en los pueblos comenzaban a construirse Chalets y Villas y la oferta veraniega incluyó dos grandes hoteles: el Carapachay en Olivos y el Edén en Vicente López.
Fueron no más de dos décadas en donde el partido de Vicente López se integró al exclusivo circuito de la Belle Epoque local. Y coincidieron con los primeros pasos del municipio.
De esta época data el primer proyecto ‘urbanístico’ regional, que por supuesto estuvo totalmente pensado para los atractivos de la costa. Fue el proyecto de Benito Carrasco (y de Matías Sturiza) de 1912: la Avenida Costanera, el Puerto de Olivos, y el Casino. El proyecto anticipa un modelo de suburbanización ya asociada al automóvil.
Después de la década del 30 muchas de aquellas quintas y sus mansiones fueron demolidas, junto con los Hoteles. Los balnearios y recreos, en cambio persistieron En la década del 70, dejaron de funcionar los recreos y balnearios de la costa.
Llegan los balnearios.
Sin duda los balnearios eran una realidad, pero la Belle Epoque había abandonado la escena para que nuevos actores sociales ocupen la ribera. A partir de aquí, una oscura lucha por el espacio ribereño se desarrollará, complicando la definición de un tipo de ribera. A esta heterogeneidad de actores se corresponderá con diversos y contradictorios proyectos de costa. El ideal del acceso público a la ribera nació junto con los balnearios, pero también para oponerse a aquellos balnearios creados por concesión municipal.[1]
El Boom de la década del ’30.
Los duros años iniciales de esta década serán el marco de un fenómeno social que si bien estaba preanunciado en la década anterior, ahora tomará un auge extraordinario.
El problema presentado ahora es que, dada la masividad de la excursión al río, es necesario pensar en una infraestructura adecuada. La ciudad había descubierto a su río. “Hoy podemos afirmar que la conquista es definitiva, colma la capacidad de los balnearios y obliga a pensar seriamente en las posibilidades de brindar nuevas comodidades...”
“Si el gobierno de la provincia insiste en su propósito de despejar el río de concesiones que cierran su acceso, y si cooperan en esa labor los municipios, además de la obra social interesante que realizarán, han de contribuir directamente al mejoramiento del comercio de esos pueblos, porque cada grupo de excursionistas es adquirente de mercaderías que dejan siempre un margen de ganancias y facilitan la vida del comercio local.” Es ‘la increíble cantidad de familias’ que ‘hallaron un agradable esparcimiento que siendo económico, permite su aprovechamiento por todos.’ Es decir, el río ha sido conquistado por la ciudad, pero en realidad ha sido conquistado por los sectores populares.
Los temas planteados por el aparato burocrático refieren a los problemas de dominio, ahora relacionado con el ‘acceso libre’, a la infraestructura, con la reaparición de los proyectos de la avenida costanera [2], y por último la problemática del orden, entendido ello como control de las costumbres, de las edificaciones, del comercio y del tránsito automotor.
La crónica especializada observaba en la primera temporada de la década ‘el lamentable aspecto de feria que presentan durante esos días los lugares de recreo elegidos por los turistas, debido al escaso gusto y ausencia total de tono y distinción... Cierto es que todo el mundo tiene derecho a expandirse de acuerdo con sus gustos...’[3]
Los años 40 y los nuevos visitantes de la ribera
Al terminar la década del ’30 las autoridades provinciales estaban decididas a realizar un giro de 180 grados en su política sobre la costa. La opinión pública había dado muestras de su agotamiento sobre el estado de desorden jurídico de las riberas y la oportunidad se presentó por el colapso de la infraestructura ribereña luego de las inundaciones del ’40.
La percepción ‘técnica’ sobre la situación de la ribera algo nos está diciendo sobre estos nuevos fenómenos sociales. Su tentativa fue arrasar con todo lo existente y construir el espacio público deseado, la avenida costanera.
El ordenamiento de la ribera se produciría cuando se concluyeran ‘tres obras de extraordinaria importancia’: la avenida costanera, entre la Capital Federal y San Fernando; el camino ribereño, entre Quilmes y Punta Lara; y la avenida costanera, entre Quilmes y Sarandí.
La década del cuarenta se inicia entonces con el doble signo del desastre natural y la controversia política sobre el espacio ribereño. Mientras el Estado dilataba su intervención temporada tras temporada generando incertidumbre, la infraestructura estaba virtualmente colapsada, y el sector propietario y concesionario no tenía en claro cómo reconstruir.
“Una breve historia retrospectiva, señala con un signo desdichado a esa faja de tierra argentina que margina al río de la Plata. Hasta hace no muchos años, los parajes más pintorescos de las riberas, se entregaban a la explotación de particulares mediante el sistema de concesiones. Cualquier pequeño capitalista, distribuía unas mesas y unas sillas por un pedazo elegido y cobraba un precio a cada bañista que llegaba hasta su feudo. Aparte de cargar considerablemente la mano en los de los comestibles y bebidas que expendía. Y así, los fragmentos de tierra de todos que más aceptables condiciones de recreo o de descanso ofrecía al pueblo, servían de interés particular de unos cuantos, que se lo arrancaban proficuo y desconsiderado, por cierto.
Llegó un día que señaló el término de esta situación absurda. La protesta pública se elevó en la prensa y en la boca del pueblo con acentos que fue imposible desoír. Y al fin se decretó el libre acceso a las orillas del río.
En la simplicidad de los términos con que se da cuenta de esta medida se resume lo inaudito de su carácter: libre acceso a las orillas del río... Quiere decir que las orillas estaban vedadas al acceso público, como si formaran parte de propiedades privadas legalmente adquiridas.
Los años ´50. Se construye y se abandona:
El crudo descubrimiento de la situación, expolió un poco la desidia oficial. Se alzaron algunos balnearios. Muy pocos, pero algunos al fin. Y se emprendieron obras vitales de acceso a la ribera, partiendo de los caminos principales que bordean al río.
Los cincuenta vienen para demostrar como, sin una obra mayor de infraestructura, con una ribera crecientemente limitada al acceso libre, se consagra la masividad.
Los cincuenta difunden –especialmente hasta el 55- un tipo de bañista, trabajador, familiar, ordenado, higiénico[4].
Una última novedad nos traen los cincuenta: a partir de 1952, y luego de un convenio con el Ministerio de Obras Públicas de la Nación, se crea el ‘Balneario Popular de Olivos’, ubicado al sur del puerto de Olivos.[5] El ideal del ‘acceso libre’ se convierte ahora en la utopía del balneario libre y gratuito. El sector privado aparece en la concesión de los servicios: bar y parrilla fundamentalmente.
LA POBLACIÓN
El notable crecimiento demográfico del área Metropolitana (AMBA):
1920 2.118.000
1930 2.943.000
1940 3.752.000
1950 5.318.000
1960 6.838.000
1970 8.361.000
Estas cifras plantean un serio problema de escala entre población y espacios de recreación urbanos que irá modificando la cultura del tiempo libre de los sectores populares
Las cifras oficiales muestran una expansión del web-end que, partiendo de las históricas 50 mil personas, llegarán a establecerse en el tope de las 400.000 a mediados de esta década.
Esto es necesariamente producto de una mayor oferta: ‘la salada’, a principios del ’40, el nuevo balneario Municipal, en Núñez, a principios de los ’50 y las piletas de Ezeiza, son los nuevos escenarios del domingo porteño. Pero la atracción es ejercida por el río y las cifras muestran, una y otro vez, su supremacía. Y de alguna manera, cuando los porteños piensan en los balnearios ribereños, están pensando en dos espacios: Quilmes y Vicente López:
Sin embargo, la estabilidad del crecimiento es puesta una y otra vez a prueba: el crecimiento del parque automotor lleva a la saturación de las rutas de acceso y las crecientes del río volverán a golpear a las endebles construcciones de la ribera.
“En Olivos está situado el balneario, visitado por millares de personas diariamente en los días de verano, en el sector librado al servicio popular. En gran parte, los mejores lugares han sido concedidas a diversas instituciones privadas, quitándole así a la población el uso legítimo de un bien que no debió transferirse. Hay viejos planes de construir la gran avenida costanera, que continuaría la de la Capital hasta San Fernando. Ello pondría fin a esta situación irregular.”[6]
Los años ´60. La expansión de los clubes de la ribera.
Los sesenta son los últimos años del baño en el río. El retroceso es múltiple, producto de varios sucesos que llevan al abandono total de la ribera. Por supuesto que ello fue producto, fundamentalmente, de una decisión: la prohibición del baño en el Río de la Plata por la terrible contaminación. Pero no fue sólo eso. También tenemos la pérdida del ramal del tren ‘del bajo’, la expansión de los clubes hacia las riberas, el proyecto de la autopista ribereña, los espacios expropiados por el Estado y cedidos para uso privado o restringido, los problemas de las boites. Es decir, después del gran boom de los cincuenta, los balnearios y recreos comienzan a achicarse, hasta desaparecer definitivamente.
La geografía ribereña, quedaba, como muy bien lo definía la cita de La Nación que cerraba el capítulo anterior, como un espacio mayoritariamente cerrado al uso público y con algunas pobres playas populares. Estas son en la toponimia de los ’60.
Desde los años ´70 hasta nuestros días...
La prohibición del baño en el río del ’76, trajo consigo el abandono y los rellenos. Mientras se destruía la ribera natural, comenzaban a construirse los didácticos refugios ecológicos.
El retorno a la democracia nos planteo una nueva oportunidad para pensar en la recuperación de la costa. Desde la comisión multisectorial y por todo el espectro político, hasta fines de los ’80 fue un ideal compartido. Un ideal que la lógica de los 90 destruyó para siempre de la agenda común de los vecinos.
LA HISTORIA LEGAL
Las riberas son de dominio público ‘desde siempre’, pero fundamentalmente desde la sanción del Código Civil, en 1869. Luego de algunas disputas entre la Nación y las provincias, éstas quedaron bajo jurisdicción y propiedad provincial. Pero, una propiedad sobre la cual el Estado provincial no puede gozar de los mismos derechos que goza en otras propiedades fiscales: las riberas no se pueden vender.
Luego sí se suscitan los conflictos de jurisdicción entre las municipalidades y la provincia: quién ejerce el poder de policía, quién controla el crecimiento urbano, quién otorga permisos de uso, o concesiones para extraer arena o para instalar balnearios.
‘el acceso libre’, lo tenemos claramente establecido a mediados de la década del ’40, pero su punto de inflexión es el informe del Ing. Humberto Meoli, luego de lo cual la ribera dejó de tener nuevos balnearios privados, pero empezó a tener otros usos privados, a partir de, podríamos llamarlo, varias ‘estrategias’, y un cierto desorden normativo.
Las ‘estrategias’ son tres:
La primera tiene lugar muy tempranamente con la cesión de espacios, que llegaron por distintas vías al Estado, a entidades privadas sin fines de lucro. En general, esta gracia ha caído beneficiando a las asociaciones vinculadas a las Fuerzas Armadas y de seguridad.
La segunda y la tercera son las formas definidas por el decreto 5.674/68 para otorgar franjas de la ribera:
2. concesiones para la explotación de playas, costas, riberas o márgenes.
3. Permisos precarios de tenencia a entidades de bien público o a instituciones culturales y deportivas.
Mientras que la segunda estrategia es la que predomina hasta mediados de la década del ’40, la tercera es dominante en los ’60.
Trabajo confeccionado por la Agrupación Casa Abierta para Vecinos Indignados
[1] En el Anuario del periódico La Democracia, de 1930, encontramos una fuerte crítica a los privilegios que gozaron los propietarios frentistas de la Av. José C. Paz (Av. Libertador) que nunca habían cargado con los costos de la pavimentación de dicha ruta. Entre los considerando de la nota se destaca también agudas observaciones sobre la ribera: “El balneario Municipal, otra de las obras que urgen, dado que las sucesivas concesiones hechas por la provincia a los balnearios particulares, han ido quitando casi todo el acceso público a la ribera.... Referente al Balneario Municipal, nos decía (el Señor Querido) que una vez pavimentada la avenida y acordada a la Municipalidad por el Gobierno de la Nación 400 o 500 metros sobre la ribera, la Municipalidad, con la contribución del vecindario, podría pagar la pavimentación de las calles de acceso a la zona municipal y construir en ella una explanada espaciosa capaz de contener un numeroso público y sobre la cual se arrendarían solares de tierra para el establecimiento de bares, cine libre, teatro, y demás diversiones...”
[2] ‘Camino Costa norte’, El Día, La Plata, 27 de noviembre de 1930, se hace eco de una carta dirigida por el Ingeniero Benito Carrasco a la intervención de la provincia de Buenos Aires, sobre su proyecto de avenida Costanera ‘que desde 1915 obra en la secretaría de su departamento’.
[3] Balnearios argentinos. Temporada 1930-1931. “Los balnearios que rodean a la Capital y la cultura de los veraneantes”., pag. 79.
[4] Noticieros de la época reflejan esta imagen.
[5] Boletín Municipal de Vicente López. 1° de octubre de 1952.
[6] La Nación, miércoles 13 de septiembre de 1961, 2° sección.
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